Nacer hasta morir

V Edición Digital de Artes y Letras

“Corporal”

Imagen: Diego Colonna

Texto: Alberto Colonna

Nacer hasta morir

Llegó sorpresivamente.
No estaba pensado, no estaba planeado y menos querido. Pero a veces la suerte, y las circunstancias, juegan su partida, y ese fue su comienzo.


Discutieron mucho sobre el tema, que hacer, continuar o no. Finalmente, no de muy buenas ganas, los padres, decidieron proseguir con el embarazo. Por supuesto que priorizaron la vida de la madre, de manera que se hizo atender, pero no se preocupó demasiado por todos los cuidados habituales.
No sé si fue eso o, simplemente, que las cosas debían ser así. También decidió salir sorpresivamente. Habían transcurrido seis meses, casi siete, cuando se largó, de improviso, el trabajo de parto.
Nació con muy poco peso, como era de esperarse, y, por supuesto, de inmediato fue llevado a una incubadora.


Pero evidentemente el óvulo y el espermatozoide que habían sellado su suerte, estaban dispuestos a todo, y el chico sobrevivió sin inconvenientes.


Se crió con todas las precauciones que habitualmente se tienen para un sietemesino. Sin embargo hubo algo que nadie podía prever. Su personalidad.


De una simpatía arrolladora, desde muy pequeño, cosechó amistades y, a pesar de todas las precauciones, se dedicó al deporte con ahínco. No solo se dedicó. Sobresalió en cada una y todas las disciplinas que se le fueron ocurriendo.


Era largo y delgado, sin embargo, se propuso cambiar y se dedicó a cultivar su cuerpo, tanto que para cuando estaba terminando la adolescencia, tenía el físico de un luchador de película de acción.
Lo más interesante era que mentalmente también resultó brillante. Entre los estudiantes siempre era uno de los primeros. Las mejores calificaciones lo hacían popular también entre sus profesores.


Cuando ingresó en la universidad nadie dudaba de que lo haría con éxito. Y, por supuesto, no los defraudó. Se recibió en apenas tres años, dos menos de lo habitual, y con resultados sobresalientes.
El día de su graduación, los padres habían preparado un festejo pantagruélico. No concurrieron al acto porque querían que todo fuera perfecto.


Sí lo hicieron los amigos, que con una pancarta lo esperaban en la plaza de enfrente de la facultad.
Salió feliz y se dirigió hacia donde lo estaban esperando. Los brazos en alto, de triunfador, y una sonrisa de satisfacción.


El conductor del camión pisó con desesperación el freno, pero el monstruo, se arrastró hasta dar de pleno contra el muchacho, que dio una voltereta en el aire, y fue a caer contra el cordón de la vereda de la plaza.
Una mancha carmesí se extendió de inmediato alrededor de su cabeza, con el cuerpo descalabrado sobre el asfalto.

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