La casa de los recuerdos

VI Edición Digital de Artes y Letras

“La casa”

Autora: Andrea Giuliani

La casa de los recuerdos

Tomé el picaporte oval de bronce, cerré con fuerza la puerta maciza de hierro, metí la llave en la cerradura y al girarla los recuerdos invadieron mi mente.

De pronto me acordé de las largas fiestas que se hacían en el jardín de casa cuando éramos chicos, venía el Flaco, su hijo Carlitos, Zunino un vecino que vivía a la vuelta de casa con toda la parentela, Magda y René. Ellos eran los fijos, siempre había más invitados y llegábamos a juntarnos como 25 personas.

Para mis viejos, Carlitos era como un hijo, lo conocieron a los 8 años y el cariño fue creciendo con los años hasta que se convirtió en parte de la familia.
Para la época de las festicholas tenía unos 18 años, estatura media, flaco, rubio, con ojos claros, canchero, buena gente y divertido.

Siempre andaba con dos amigos que tenían una banda de rock, Carlitos era el guitarrista, “Ojos” el baterista y Tito el bajista. Cuando venían a casa se contaban muchas anécdotas de este trio, pero la que más me acuerdo es cuando “Ojos” apodado así por lo super miope, se le cayó un cristal del anteojo cuando iba manejando y se le iba deformando toda la ruta. Con el ojo que veía bien, la ruta estaba normal, con el otro veía todo lejos y borroso, no pudiendo hacer foco en ningún lado. Intentó estacionar de inmediato, pero por más que se esforzó no pudo, desesperado les gritó a los amigos que no veía nada, que necesitaba ayuda. La primera reacción fue asustarse y después mientras uno miraba que no viniera nadie, el otro le indicaba minuciosamente como arrimar el auto a la banquina ¡no pasó nada de pura suerte!

Ya a los 20 empezaban a desfilar las novias, hasta que un día llegó Liliana, bella, flaca, alta con sus rulos muy bien armados, celosa como ella sola. Pasó un tiempo y se casaron, ahí vinieron Ludmila rubia de rulitos chiquititos y ojos claros, igualita al padre y Ariadna una bella morocha que era un calco de su mamá, se había agrandado la familia.

Se repetían una tras otra las Navidades en Moreno con todos los Schneider, nuestra familia adoptiva. Se comía asado y se tomaba vino de toda índole que servía para matizar la espera de las sirenas de los bomberos que marcaban las 12 para brindar y cumplir con el rito de abrir los regalos. Después salíamos a la calle a ver los fuegos artificiales y a saludar a los vecinos que pasaban. Una vez adentro de nuevo, bailábamos, charlábamos y se seguía comiendo y tomando hasta la madrugada.
Así pasaron los años, casi 50, muchos ya no están y las fiestas ya no son las misma, pero queda intacto el cariño de los buenos momentos compartidos juntos. .

Termino de girar la llave dos veces, me aseguro que la puerta quede bien cerrada y los recuerdos queden guardados por siempre.

En homenaje a Alejandro Carlos Schneider alias Carlitos.

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