El envión

III Edición Digital de Artes y Letras

“Matriarcal”

Imagen: Alicia Campagno

Texto: Melina Litauer

El envión

Solo extender la mano con un fósforo encendido, significaba tarde de lectura, abrir el telón de la fantasía y pasear por el cielo infinito de la imaginación.
Unos leños, trepados a un bollito de papel de diario, respondían presurosos a la elevación de sus llamas ardientes. Entonces, libros en mano, madre e hijo se aprestaban a realizar su ritual vespertino junto al hogar.
Acomodada ella en una pequeña banqueta y él, en un pomposo almohadón, el plan era compartir lecturas para encontrar las frases más bellas, las metáforas más originales, las oraciones más emotivas o disparatadas. El juego era un pretexto para crear en el niño el hábito de la lectura. Pasado ese primer momento, la dulce voz de Feliciana anunciaba:
− “Había una vez”.
Era la señal del silencio a sabiendas de que comenzaría a rodar una historia.
Los ojitos expectantes del niño parecían adivinar si se avecinaba la risa, la sorpresa o el miedo. Sea cual fuera la propuesta, él se entregaba al suave vaivén de las palabras que llegaban a sus tiernos oídos. A partir de ese instante, y después de haberse acomodado, era cuestión de no moverse más para que ningún detalle se fugara cabalgando sobre la distracción.
Tarde tras tarde desfilaban las páginas repletas de relatos, de emociones, de risas y misterios. Algunos párrafos llegaban en voz baja; otros con potencia; los había entremezclados con preguntas y comentarios que invitaban a pensar o a proponer soluciones. Tampoco faltaba algún momento histriónico donde Feliciana interpretaba, con distintas voces, los diálogos de los personajes.
Al llegar a las últimas páginas, la invitación era:
− ¿Cómo te gustaría que termine este cuento?
Así día tras día, esa madre lograba su objetivo al ver cuánto interés ponía el niño al tener un libro entre sus manos. Pero no imaginó en aquel tiempo que, además de ese logro, algo más sucedería.
Los años fueron pasando y el niño se convirtió en un adulto. Acompañado siempre por el mismo empuje, llegó a licenciarse en filosofía y letras. Eligió transitar las aulas para transmitir el bien que él había recibido estimulando al alumnado con el mismo amor que le había prodigado su madre.
Como era de esperarse se convirtió en un gran escritor y su nombre, Cirilo Lope Desvever, resplandece aun hoy, en todas las librerías más importantes de la ciudad.
Feliciana las contempla sonriente desde el etéreo algodón de una nube. Ella supo escribir esa historia desde la vida misma.

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