Des-habitarnos

V Edición Digital de Artes y Letras

“Corporal”

Autora: Aldana Moyano

Texto: Leandro Marcelo Moyano Ridderskamp

El velorio

Tengo una vista privilegiada desde el sillón. Puedo ver a esos grupitos de personas cuchicheando, enroscándose como víboras alrededor del último chisme barato que les llega al celular. Es una linda tarde de otoño. No hace ni frío, ni calor ¡Que lindo día para morir!

El velorio empezó hace unas horas y ya estoy hastiado de este ritual ¡Es un circo! Me tiro en el sillón de un cuerpo a observar y cada cosa que pasa parece escenográfica. Me dió tanto rechazo que estuve a punto de tirarme en el cuarto a ver una película. Total, al cuerpo que se está descomponiendo seguro no le importe. Pero al final, me entretuve mirando al gentío desfilar.

De fondo se la escuchaba a Marta en la cocina que entre risas y anécdotas se amuchaba con esas otras viejas indeseables. Seguro creían que murmuraban, pero como son viejas y de lengua larga, y además sordas, las oía clarito despuntando el vicio del mal decir.

Enfrente mío en el sillón de tres cuerpos del salón, estaba Raúl, un viejo amigo. Más viejo que amigo. Fumaba un 43/70 tras otro, como compungido. A mi no me engaña. La última vez que lloró en un funeral fue nunca. Debe estar cabizbajo porque seguro se patinó la jubilación en el bingo.

En el patio hay gurises corriendo por todos lados ¡Que migraña! No se si enfocarme en los pibes y el destrozo que deben estar haciendo en el patio, en el vozarrón de Marta que imposta tragedia o el paisaje desolador de Raúl volviendo a prender otro cigarrillo. Que flaco que está Raúl y como le dá al pucho. No cambia más.

Que se saludan, que se abrazan. Pasan por mi lado con la cabeza a gachas, como los perros que saben que se mandaron una cagada. Litros y litros y litros de mate se consumen. No pude tomar ni unito. Limpio apenas con vientito el humo que Raúl me tira a la cara y lo veo entrar. Ahí lo tenés al pelotudo con ese sombrero que debió jubilar hace tres décadas ¿Pero quién mandó las invitaciones? El enemigo, eso está claro.

Ernesto se encuentra con Raúl, se saludan con un gesto al aire. Raúl le ofrece un cigarrillo sin emitir sonido, tan solo ofreciendo la cajita marrón de puchos abierta, curiosamente del mismo tono de su cuello. Me río. Ernesto acepta la invitación y sin mediar palabra se sienta casi dejándose caer al lado de Raúl.
No somos nada, le dijo Ernesto apenas inclinando su cabeza hacia un lado. Raúl solo asintió. ¿Eso es todo lo que tienen que decir estos dos? ¿Hace cuanto que vienen de velorio en velorio repitiendo la misma pantomima? Velorios, ja, velorios eran los de antes.

Ese mundillo de apenas diez personas encerradas en esa casa a oscuras, ya con olor a mate y esa corona horrenda que me salió un huevo eran una escenario bastante decadente. Demasiado diría. Me quedé observando a Ernesto y Raúl secándose en vida al son de las pitadas hasta que un grito visceral salió estallado desde la cocina.

Marta, como siempre dando la nota, con pasos esquivos se acercaba al salón ahogada en una especie de llanto sin lágrimas. Vamos martita, que somos pocos y nos conocemos mucho. Alguien que la saque a tomar aire. Alguien que la saque. Marta vociferaba por el muerto que estaba más vivo que ella. Ernesto y Raúl observaban. Martita se ahogaba y tosía ¡Que arte la vieja!

Me levanté como pude del sillón, caminé con paciencia pero soltura hacia la puerta. Ni siquiera me detuve a ver la corona firmada con mi apellido. Al final no tenía tantas ganas de estar en mi propio velorio.

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