Güemes

VI Edición Digital de Artes y Letras

“La casa”

Autora: Toti Noziglia

Güemes

Entré a la casa vacía de mis abuelos. Las persianas bajas, los pedazos de las alfombras que mis ojos nunca habían visto, ahora al descubierto, los lugares en que antes hubo una vida o muchas vidas, ahora desolados. Sesenta años de historia que se fueron más rápido de lo que me hubiera gustado, treinta años de mi historia.

Una casa que ahora parece mucho más chica, más nublada y más fría. Una casa de la que de su esplendor. El empapelado color perla del living, un mueble empotrado, vacío, del que tantas veces saqué tacitas de porcelana para jugar a tomar el té y tantas otras abrí su bar, con luz y espejo, para ver las botellas de licores que nunca tomé.

Una mesa ovalada de madera laqueada en compose con un mueble vajillero de dimensiones que no entrarían en ninguno de los departamentos en que puedo vivir hoy. En él no queda nada, ni las copas de cristal ni los cubiertos de plata guardados en los cajones con paño verde. El olor de la madera me transporta a los cumpleaños y los encuentros en los que esas copas estaban sobre esa mesa que vestía un mantel con flores bordadas a mano, la comida estaba servida en platos con borde dorado y el sol entraba por la ventana.

También recuerdo el colmillo de elefante testigo de cada evento coronando el vajillero, cuando alguien osaba cuestionarlo, mi abuela siempre decía “era otra época” y se acababa el asunto.

Además del mueble vacío y la mesa desnuda hay una máquina de escribir en el piso del comedor diario, completamente pelado. Nadie la quiso y tampoco nadie se animó a tirarla, es el único objeto de mi abuelo que queda en la casa. Sigo recorriendo, hay algunos productos de limpieza tirados por ahí, las persianas bajas, los placares vacíos, excepto uno en el que encuentro un tapado de piel.

Era de ella, pero eso tampoco la trae. Pensé que iba a sentir algo, su presencia, un perfume, un calor diferente. Nada. Una casa que me trae nostalgia y tristeza a la que retrato con mi cámara analógica, como si ese resabio de lo que fue me pudiese dar algo de alivio o de calma o al menos una buena obra de arte.
Le saco una foto a mi hermana en el largo pasillo que une los cuartos con el resto de la casa y se me termina el rollo. agarramos nuestras cosas y nos vamos rápido porque nos esperan para almorzar.

Pasan unos días y encuentro un video en mi celular, de esos que se arman solos, son fotos de mi abuela y una parte de un video donde ella estaba contando algo y dice: “Que me quede tranquila, que me habían escuchado, que me acompañaban”. Sé que en ese video estaba hablando de sus familiares que ya no estaban, siempre hablaba de ellos, siempre estaban presentes y siempre le dejaban mensajes.

Pienso que quizás esa era la señal que yo buscaba, o quizás una pura casualidad de la era digital.
Agarro su monedero que guardo en mi mesa de luz, lo abro y meto mi nariz adentro inhalando profundo, se me caen unas lágrimas y me quedo tranquila.

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