Habitando universos paralelos

1° Edición Digital de Artes y Letras

“Arte que se comparte”

Imagen: Jorgela Argañaraz

Texto: Adrián Abonizio

Habitando universos paralelos

Fue mi casa hermosamente fantasmal.
Grifos con agua que bajaba de las nubes; árboles que se abrazaban entre sí, paredes con  revoques de otras casas que se asomaban por debajo, telarañas con cristalitos que la Reina de los Insectos iba hilvanando como una artista; estrellas mortuorias y de nacimientos que coincidían sobre el parral; perros ladradores, lobitos de monte, gatos nevados, sapos mineros y murciélagos alpinistas. Arenas que llegaban de África cuando se levantaban al calor de soplidos y lluvia de granizos enormes como muebles. De mañana ululaban los monitos  que se abanicaban en las alturas de los naranjos y al medio día moviendo las copas hacían caer una lluvia de azahares que me llenaba la ropa de perfume. Meses o años que los que vivíamos allí pasábamos sin hablarnos; cada cual con sus mundos, cada cual con sus cosas. Cuando el olor a comida me inundaba, dejaba mi expedición y en un plato de loza siempre encontraba algo suculento con que llenarme: choclos con ojos rientes, orejas de animales que humeaban, frutas de todos los tamaños y sabores. Luego, la siesta. La interminable siesta que duraba hasta el pleno atardecer. Entonces emergía yo desde adentro de algunas de las vertientes que volcaban las rocas y esperaba la noche .El agua era profunda y allá en el fondo navegaban unos peces abisales La noche con cierzo helado, lobos rodeando la caballada o bien el olor de una planicie que ardía por semanas y me evocaba el aroma de los pastos cuando se quemaba el fin del mundo. Muebles dispersos de todos los colores. Una mesa de granito enorme, decorada con pedacitos de meteoros, donde me sentaba a pensar que haría conmigo cuando creciera, que habría detrás de estas paredes altas, de estas vallas recubiertas de líquenes. En esos momentos viéndome melancólico venía mi madre levitando suavemente y me acariciaba la cabeza-No pienses mucho, hace mal y con un rozar de sus dedos sobre mi frente desaparecían las penas futuras. Una tarde noche vi a mi papá montado sobre un león que se apareció, entre magnifico y gracioso, entre la foresta y me invitó a  subirme a la grupa-Donde vamos? Giró su cabeza y solo silbó, silbó a la nada, a la oscuridad y nuestra montura de un salto nos dejó en un alero de la casa, donde crecían tréboles gigantes. Había una cama abierta-Esta va a ser tu habitación, cuidala y dormirás bien, muy bien. Y agregó: -Mañana saldrás de esta casa y te esperará el colegio, nuevos amigos. Me besó en la cabeza y de un salto cruzaron el arco iris que colgaba de una ventanita. Me dormí, creo un siglo. Sé que no me he muerto, sé que no atravesé ningún umbral, sé que estoy vivo. Pero la casa ya es una casa cuadrada, con escaleras y una puerta hacia a calle. Hay olor a pintura de cuadros en el aire. Cuatro caballetes, pinceles colgando de la soga de ropa.
Voy por el pasillo. Sin tener a Dios pienso en él y girando la manija de la puerta de salida doy el primer paso.

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